jueves, 15 de julio de 2010

Deténgame, señor agente

¿Qué tendrán los uniformes? De las pelis italianas de Jaimito hasta Oficial y Caballero, pasando por Sexy Academia de Policía o Siete Porras para Siete Hermanas, el uniforme ha despertado las líbidos más variopintas.

Puede que fueran esos pantaloncitos tan ajustados marcando cuadriceps, o esas botas lustrosas hasta la rodilla que parecían estar hechas para jugar a jockeys y caballitos. Si es que van provocando, leche. El caso es que cuando vi acercarse a aquel buen mozo a través del retrovisor interior de mi Fiat Spider descapotable de alquiler, me entraron unas ganas irresistibles de insubordinarme.

Era uno de esos policías costeros que van a caballo, haciendo un conjunto bastante agradable a la vista. El tipo –apenas un chaval, no creo que llegara a los treinta- llegó a pie hasta el coche, situando su pelvis justo a la altura de mi brazo. Yo lo dejé ahí, apoyado sobre la ventanilla bajada, y le hice un barrido visual de abajo arriba que ríete tú de los obrerillos libidinosos.

Traía unas Raiban de espejo al más puro estilo macarra-festivo y, sin ver el peligro, se inclinó hacía mí para hablarme. Sudaba –quizá por los 40 grados a la sombra que marcaba el termómetro- y al acercarse pude oler su olor. La camisa se le pegaba un poco en las tetillas, del calor. Pensé “no tejcapas ni con alas”, y compuse mi cara de no haber roto un plato más convincente.

- Buenas tardes, señorita. ¿Puede hacer el favor de mostrarme la documentación del coche?
- ¿Ha pasado algo, señor agente?- dije, quitándome las gafas de sol para parecer más inofensiva.
- ¿No sabe usted que por aquí no se puede girar?- se hacía el severo, pero me recorría la cara con los ojos.
- ¡Huuuuuuuuy! ¡Pues no me he dado ni cuenta!
- Tiene usted una señal bien grande justo ahí, ¿ve?
- Ah. ¿Me vas a multar? –empecé a tutearle. A los Policías les encantan las chicas descaradas (amiguitos, no tratéis de hacer esto en vuestras casas, especialmente si no sois chicas guapas).
- Ya veremos.

Esto último lo dijo sonriendo y mostrándome unos dientes blanquísimos, de esos de grandes paletos que dan un aspecto aniñado a los tíos.

Uhhhh, vaya vaya con el pequeño policeman.

Apoyó ambas manos en la ventanilla de mi coche, de forma que tuve que quitar el brazo. Se inclinó en plan chulesco y me dijo, bastante cerca:
- ¿Sabe usted que está prohibido conducir así?
- ¿Cómo? ¿Ir semidesnuda es ilegal?

Yo sólo llevaba el bikini, venía de pasar la tarde en la playa, y… bueno, ya he hablado de mi salvajismo veraniego. Él soltó una carcajada sincera, echando la cabeza hacia atrás. I fell in love.

Señaló mis pies.
- Puedo ponerte una multa ahora mismo por conducir sin zapatos.

Le miré desde abajo, con cara de insumisa.
- No pienso pagar ninguna multa. Lo mejor será que me detengas ahora mismo.

Volvió a hacerlo. Volvió a reirse con todas sus ganas echando hacia atrás la cabeza, y me puse muy pero que muy nerviosa ante la sola perspectiva de que mi farol funcionara.
Después de reirse, se me quedó mirando muy serio, con los brazos en jarras sobre las caderas, como sopesando el asunto. El tipo no se quería arriesgar, a fin de cuentas estaba de servicio. Viéndole indeciso, me lancé yo.
- Hacemos una cosa. Te pago unas cañitas y nos olvidamos de la multa, ¿sí?

Ahora sí que la había cagado. Sacó su bloc de multar a las personitas y empezó a garabatear con una cara muy seria. Después arrancó la multa, me la dio y dijo: “circule, por favor”.

Yo arranqué, más cabreada que una mona, hasta que me dio por mirar la jodía multa. Decía: “En la terraza del Baluma, a las 10”. ¡Yuhuuu! Tenía dos escasas horas para decidir qué ponerme. ¡Qué estresante es ser una mujer irresistiblemente atractiva!

Llegué tarde, claro, enfundada en un vestido de lamé dorado cortísimo muy Sharon Stone. Él me vio antes; lo cierto es que me desilusionó un poco que no llevara el uniforme, pero estaba bien guapetón. Daba ternura verle tan peinadito, parecía un niño formal.

Fue una cosa muy rara, parecíamos novios. En la mesa, enseguida empezó a tocarme las manos. Las suyas estaban muy calientes, y sus dedos eran fibrosos. Por las manos de la gente se puede saber más o menos la complexión del cuerpo. Hay manos de tacto blandito y pusilánime que dicen “soy torpe” a gritos. Estas eran fuertes y tensas, de tacto suave pero basto. Esas manos tenían que saber cómo tocar.

Era un tipo muy “orgánico”, como se dice en teatro. Muy corporal. En la terraza, me tocaba las manos, me quitaba el pelo de la cara, me acariciaba la espalda. Ya en mi habitación de hotel, me sobaba el culo, me mordisqueaba, curioseaba aquí y allá, probando y toqueteando todo con el aire de un niño que come tierra del parque para ver a qué sabe.

Le gustaba dominar todo el tiempo. Me llevó a la cama casi en volandas, y allí me dio la vuelta y me separó las piernas como si me fuera a cachear. Yo pensaba que de un momento a otro iba a sacar “la porra”, pero fue mucho mejor. Escuché un “clic” metálico y sentí algo frío que aprisionaba mi mano derecha. El muy guarrete me esposó a la cama, dejándome una mano libre.

Siempre he sabido cuándo tengo que soltar el control, así que hice lo único que podía hacer dadas las circunstancias: relajarme y disfrutar. Ahora ya sé por qué se les llama “policía montada”. ¡Yii-haaa!

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